Los lugares más aterradores de Toledo
Los lugares más aterradores de Toledo
Todo aquel que se acerque a visitar la ciudad de Toledo, a parte del patrimonio monumental que atesora la ciudad y de la belleza en sí que luce el casco antiguo de la ciudad, no podrá decir que ha visitado Toledo si no ha escuchado, al menos, alguna de sus cientos de leyendas que esconden las calles y monumentos. Muchas son famosas, o pertenecen a literatos mundialmente reconocidos que pasearon en algún momento por esta ciudad, quedando hechizados por sus secretos y misterios. Otras leyendas, no tanto, pero igual de importantes e interesantes de conocer.
Y es que las leyendas también nos ayudan a comprender la historia de un lugar, sus tradiciones…, y más en una ciudad crisol de las tres culturas, como es Toledo. Aunque todas las leyendas acaban siendo fabuladas, engrandecidas haciendo que tengan ese toque de irrealidad, en su trasfondo encierran historias reales que bien pudo vivir la propia ciudad.
01.
La ajorca de oro
Empezamos en uno de los edificios más emblemáticos de
Toledo y de su skyline: la Catedral de Toledo. Este inmenso monumento está cargado de historias y de leyendas. Pero si tuviéramos que destacar una, sería “La ajorca de oro”, de Gustavo Adolfo Bécquer.
La leyenda nos narra la historia de María Antúnez, mujer que el escritor describe como caprichosa y que siempre deseaba llevar las mejores prendas y joyas para llamar la atención entre los vecinos de la ciudad de Toledo. Cuentan que su enamorado, Don Pedro Alfonso de Orellana, se la encontró llorando una tarde. Ella le confesó que, habiendo estado en el templo, donde se celebraba la festividad de la Virgen, se había enamorado, más que de la belleza que la imagen desprendía, de la ajorca que la Virgen lucía en su brazo. Ante esto, y para complacer a su enamorada, Don Pedro no tuvo más remedio que ceder a la petición de su enamorada, de que entrara en la catedral a robar tan preciada joya y se la regalara. Cuenta Bécquer que, cuando aprovechando el silencio y la oscuridad que le regalaba la ciudad, se adentró entre los muros del edificio.
Caminando por las inmensas naves, temeroso de las sombras que proyectaban los pocos cirios encendidos y que parecían seguirle, al fin llegó ante la imagen de la Virgen del Sagrario. Valiéndose de fuerza y valentía, pero al mismo tiempo temeroso por lo que iba a hacer, logró colocarse a su altura y, estirando el brazo, logró arrebatarla tan ansiado brazalete.
El problema vino después. Cuando se giró para salir corriendo de la catedral con su objetivo cumplido, todas las estatuas, con sus ropajes, se habían bajado de sus peanas y lo rodeaban, junto con los esqueletos procedentes de la cripta. Todos querían evitar tan malvada fechoría.
A la mañana siguiente, cuando abrieron el templo, se encontraron a Don Pedro, tirado en el suelo, completamente enloquecido y gritando: ¡suya es!, al mismo tiempo que alzaba con la mano el brazalete de oro.
02.
El Pozo Amargo
Una de las leyendas de amor más conocidas de la ciudad de Toledo y uno de los lugares más románticos de la ciudad.
Leyenda que nos habla de los amores clandestinos del cristiano Fernando y la judía Raquel. El pozo que había en el jardín de la judía Raquel fue testigo de este amor. Aunque otro testigo les observaba de las sombras: el padre de Raquel.
Una de esas noches, cuando ambos compartían gestos de cariño y animada conversación, el padre de la judía irrumpió en la escena de amor, clavando un afilado puñal por la espalda al cristiano, quien cayó a lo hondo del pozo sin apenas haberle dado tiempo a lanzar una última mirada a su amada.
Tantas lágrimas derramaba cada noche Raquel sobre las aguas del pozo, en recuerdo de ese amor, que las aguas empezaron a estar amargas, como si fueran cómplices de ese amargo recuerdo que en su día fue tan bonito y que ahora era el más fuerte de los dolores. De hecho,
una de esas noches que fue a recordar a su enamorado, el dolor que sentía la hizo imaginar que su enamorado la llamaba desde el fondo, lo que hizo que fuera a ayudarle y se arrojara al fondo con él. Desde ese momento, se dice que ambos descansan juntos en el fondo de sus aguas.
03.
El Cristo de las Cuchilladas
Leyenda de amor, cuya ubicación la encontramos en la Plaza de San Justo, delante de la Iglesia de Santos Justo y Pastor, muy cerca de la Catedral en un momento convulso como fue el reinado de Enrique IV y donde las familias nobles luchaban por el poder real.
Cuenta la leyenda que una noche, Don Diego de Ayala iba de camino hacia la plaza de San Justo para encontrarse con su enamorada Doña Isabel, vecina de ese lugar. Don diego cuando llega a la plaza y, como buen cristiano, hizo una breve oración al Cristo de la Misericordia que se encontraba en la fachada del templo. Justo en ese momento, empezó a escuchar unas voces de una mujer que parecía estar en peligro y que provenían de uno de los callejones aledaños a la iglesia. Raudo, salió en busca de esa dama.
Cuando don Diego se metió por uno de los callejones cercanos, pudo contemplar una dama, que estaba siendo atacada por varios caballeros. Para su sorpresa, esa dama era Doña Isabel, su enamorada, y los que la atacaban, los Silva, enemigos acérrimos de su familia. No tenía más remedio, aunque sabía que poco iba a poder hacer, tenía que salvar a su amada de manos de esos malvados.
Enfrentándose a ellos y herido, consigue arrebatarles a la mujer, pero no llegaron lejos: quedaron rodeados en la esquina de la Iglesia, debajo del Cristo de la Misericordia al que antes le había dedicado una oración. Dándose ya por muertos, pidió al Cristo que, si tenía que morir alguien, que fuera él, ya que su amada no tenía culpa de los enfrentamientos de sus familias. Y justo en ese momento, la pared sobre la que se apoyaban se abrieron como si fuera un cortinaje, y se tragó al interior del templo a la pareja de enamorados.
Los Silva no tuvieron la misma suerte: la pared volvió a hacerse piedra, y por más espadazos que dieron, no consiguieron nada. Así que, raudos, fueron a la puerta principal para intentar forzarla y darles caza. Pero las campanas de la iglesia empezaron a tañer con tal fuerza, que los vecinos salieron asustados por las horas, y por si se trabaja de algún incendio en una de las casas del barrio.
Los Silva, ante esto, salieron huyendo y los vecinos, queriendo comprobar que todo estaba correcto, acompañados del sacerdote entraron a la iglesia y, efectivamente, todo estaba intacto salvo un pequeño detalle: detrás del altar, agazapados, estaba esta pareja, y todos comprendieron que lo que allí había pasado había sido un milagro: fueron salvados por el Altísimo de una muerte segura. Todo fueron celebraciones.
04.
El Cristo de la Calavera
En un callejón típico Toledano con cierto encanto y cercano al Alcázar, encontramos otra de las leyendas más famosas de Toledo y de Bécquer: la calle del Cristo de la Calavera. En el centro de la misma, una placa de cerámica hace alusión a la extensa leyenda.
La leyenda podríamos resumirla en los amores de dos caballeros, don Lope y don Alonso de una dama, doña Inés de Tordesillas, dama principal de la corte. Cuentan que durante una celebración, a doña Inés se le cayó uno de sus guantes y ambos galanes, raudos, se lanzaron a recogerlo para devolvérselo. El problema es que lo recogen a la vez, cada uno de un extremo. Ninguno quería soltar el guante. Devolver el guante a doña Inés sería como un acto galante mediante el cual poderle demostrar su amor, y demostrar así que era el elegido para terminar con ella la noche.
Todos observaban la escena, paralizados. Ambos habían declarado su amor por una misma mujer. Tuvo que intervenir una tercera mano, era la mano del Rey, quien les arrebata el guante y se lo devuelve a doña Inés, no sin antes presagiar lo que bien podía pasar: “Tened el guante, y guardarlo bien, no sea que algún día os lo devuelvan manchado de sangre”.
Ambos amigos, don Lope y don Alonso, se habían dado cuenta de que sólo había una manera de discernir quién se quedaría con doña Inés: un duelo. Así que sin más no volvieron a mirarse, y al terminar la celebración buscaron un lugar apartado donde poder llevarlo acabo, y que cumpliera con dos cosas: que fuera amplio para poderse batir en duelo (algo complicado en Toledo) y que tuviera algo de luz.
Encontraron una calle con un pequeño ensanche, muy cerca de Zocodover, y que además tenía un cristo iluminado por un candil. Así que, sin mediar palabra, comenzó el duelo. El problema, cuenta Bécquer, que cuando los aceros chocaban la luz del candil se apagaba y volvía, al rato, a encenderse sola. Ellos extrañados, no comprendían el origen de ese misterio. Siguieron a lo suyo, pero la tercera vez que chocaron sus aceros, la luz de apagó bruscamente para no volverse a encender más y un fuerte viento les derribó al suelo. Entonces cayeron en la cuenta que quizá era una señal divina que les estaba queriendo decir que arreglaran eso de otra manera. Por ello, acuerdan ir a casa de doña Inés, y que sea ella la que diga con quién de los dos quiere quedarse.
Ya rozando el alba, cuando están llegando a casa de doña Inés, en su balcón pueden ver cómo un hombre se descolgaba por él y ella le despedía con frases cariñosas. Los dos caballeros irrumpieron en una sonora carcajada, pues entendieron que ella se había reído de su verdadero amor. La joven escuchó las carcajadas y se metió rápidamente a su habitación, cerrando el balcón.
A la mañana siguiente, un entarimado en Zocodover para despedir a las tropas que partían a la batalla contra los moros. A la cabeza del entarimado la reina y, junto a ella, dona Inés por ser una de las damas principales. Esperaba ver al vencedor del duelo, pero cúal no sería su sorpresa cuando, detrás del Rey, iban estos dos amigos y, al pasar por delante de ella, irrumpieron en la misma carcajada que la noche anterior al mismo tiempo que la miraban. Ella entendió todo, y calló turbada a los pies de la reina.
05.
El callejón del Infierno
Ahora vamos con una de misterio… Aunque con solo ver el nombre del callejón del Infierno o el callejón del Diablo ya se nos ponen los pelos de punta, y más si paseamos por la noche por estas dos calles. Todo el mundo se pregunta al pasar por aquí, el por qué de esos nombres.
Cuenta la leyenda que un cristiano noble toledano, Felipe Pantoja se encontró con una bruja toledana, conocida como “la Diablesa”. Su objetivo: necesitaba un conjuro para acabar con un competidor: Samuel, el pretendiente de Rebeca y con el que Felipe Pantoja quería acabar, terminó muriendo a causa del conjuro preparado por “la Diablesa” y Felipe consigue casarse con la ya conversa Rebeca con la iglesia de San Torcuato como testigo.
Tras esto, Felipe Pantoja tuvo que pagar un alto precio en monedas de oro a la bruja toledana. Pero cuando las monedas tocaron las viejas manos de la bruja, llamas blancas y azules empezaron a surgir de su mano y del resto del cuerpo y un fuerte chillido inundó la habitación donde se encontraban y que acabaron consumiendo su desgastado cuerpo. Al mismo tiempo. Felipe Pantoja fue empujado por una fuerza sobrenatural al suelo, fuera de la casa de la bruja.
Creyéndose muerto, vio su aterrado reflejo en un charco y salió huyendo de ese espantoso lugar, dejando allí tiradas sus cincuenta monedas de oro.
Por este extraño y misterioso suceso, se decidieron dar ambos nombres a las dos calles próximas: el callejón del infierno, donde se cuenta que estuvo la casa de la bruja y el callejón del diablo.
06.
El beso
Otra de las leyendas famosas que encontramos en la ciudad y que escribió Gustavo Adolfo Bécquer. Ubicada en el convento de San Pedro Mártir, hoy en día facultad de Derecho y Empresas, perteneciente a la Universidad de Castilla-La Mancha. También nos gusta destacar que, en su interior, tenemos enterrado a otro importante literato: Garcilaso de la Vega. Se encuentra en la iglesia del convento, lugar donde encontramos otros enterramientos y donde se ubica la leyenda que pasamos a narrar.
Cuando el ejército francés de Napoleón invadió la ciudad de Toledo (1808-1812), empezaron a ocupar lugares donde acomodarse en la ciudad, entre ellos, conventos e iglesias. Un grupo numeroso de soldados fue alojado en el Convento de San Pedro Mártir, uno de los edificios más grandes de la ciudad, ubicado en pleno centro, no muy lejado de la Catedral. Allí pasaron la primera noche.
A la mañana siguiente, el capital de esta tropa que se alojaba en este convento, se citó en la plaza de Zocodover para encontrarse con otros compañeros de promoción, que sabían que se encontraba en Toledo. Al preguntarles estos qué tal había pasado la noche, el capitán les dijo que había sido larga, que no había podido dormir por culta de estar al lado de una bella dama, una mujer que se encontraba inmóvil ante el durante toda la noche y que ni veía, ni hablaba ni escuchaba. Estaba claro, que se refería a una escultura de mármol pero que, debido a la perfección de su escultor a la hora de tallarla, parecía que cobraba vida. Las carcajadas resonaron en toda la plaza de Zocodover, y todos quedaron en ir esa noche a que les presentara a esa bella dama.
Llegado el momento del encuentro, todos fueron a la iglesia del convento donde se alojaba el capitán y el resto de la tropa. Encendieron fuego en el centro, pues la noche era bastante fría y, abriendo unas cuantas botellas de vino, se disponían a pasar la noche.
Cuando el vino hizo sus efectos el capitán, medio tambaleándose, se dirigió al sepulcro de piedra de su amada, doña Elvira. Bebió un sorbo más del vino y, sin pensárselo, acercó sus labios a los fríos labios pétreos de doña Elvira. Sus compañeros le avisaron que dejara de jugar con los muertos y les dejara descansar.
Justo en el momento que sus labios se rozaron, la mano pétrea de la estatua del guerrero que había al lado le golpeó tan fuerte que salió disparado contra el suelo. El guerrero era su esposo y, ambos, descansan juntos para la eternidad en la iglesia del Convento de San Pedro Mártir.
07. Las tres fechas
Si te preguntas cuál es una de las zonas más bonitas de Toledo, te responderíamos que la zona conventual de Toledo, donde están los cobertizos más espectaculares de la ciudad y donde estas calles techadas tienen su encanto, sobre todo, por la noche. Lejos del centro turístico y del bullicio nocturno, te animamos a que te adentres por estos callejones para llegar a una plaza, la plaza de Santo Domingo el Real, donde se ubica el convento del mismo nombre y donde encontramos una dedicatoria a Gustavo Adolfo Bécquer. Además, aquí, encontramos una de sus leyendas más famosas. La leyenda de las tres fechas, no “de las tres flechas”, como puede leerse por ahí…
Cuenta Bécquer que, en una de sus primeras visitas a la ciudad, cada vez que se dirigía hacia San Juan de los Reyes, pasaba por una hermosa calle típica toledana, estrecha, con ventanas de bellas rejas y celosías y que, casi siempre, se encontraba solitaria, no encontrándose a nadie por el camino.
Sin embargo, una de las tardes que volvió a pasar por ahí se fijó que, en una ventana enmarcada en un arco ojival, había una sombra de lo que parecía ser una bella dama que se dejaba intuir por detrás de un cortinaje blanco. Él se imaginó que detrás estaría la mujer más bella que hubiera conocido nunca y, antes de partir a los pocos días hacia Madrid, en su cuaderno de viaje anotó esa fecha, con el título de “la ventana”.
Tras varios meses ausente de la ciudad, tuvo la oportunidad de volver. Aprovecharía para ver todos aquellos lugares que tanto le llamaron la atención. Y, como no podía ser de otro modo, uno de esos lugares obligatorios era esa calle donde se encontró, tras la ventana, a esa dama que tanto hizo volar su imaginación.
En este caso pudo comprobar como, detrás del visillo blanco, unos ojos cautivadores observaban sus pasos. Y nuevamente Bécquer, antes de partir de Toledo, volvió a anotar una segunda fecha, que tituló como “la mano”.
Después de un tiempo en Madrid de nuevo, decide regresar a Toledo. Y como era costumbre, una de las primeras cosas que hizo fue pasar por esa ventana que le tenía enamorado. Pero ese día la encontró cerrada. Ese día no pudo notar a la otra persona detrás ni como alguien le observaba. Ese día, solo las paredes de ese estrecho callejón le observaban. Así que, desolado, atinó a pasar por esta plaza de santo Domingo el Real, donde las puertas del convento dejaban salir murmullos y cánticos. Él quiso adentrarse al interior para ver de qué celebración se trataba y pudo comprobar que una monja estaba tomando el hábito. Cual fue su sorpresa cuando la monja, al mirar a la puerta en una de sus últimas miradas al mundo que iba a dejar, Bécquer reconoció ese rostro y esos ojos. Ambos se miraron, y comprendieron que su amor iba a ser imposible. Becquer salió desolado del convento, intentando reprimir las lágrimas que su corazón le mandaban.
Ese día Bécquer no tuvo en cuenta la fecha ni la dejó apuntada. Esa fecha se le quedó grabada en un lugar del que nunca se borraría: su roto corazón.
08. La dama de los ojos sin brillo
Volvemos ahora con una leyenda de misterio, de terror. Aprovechando que estamos por la zona de Santo Domingo el Real, una de las calles que sale de esta bonita plaza es la calle de los Aljibes. Es en este lugar donde vamos a ubicar la siguiente leyenda.
La duquesa de Saboya, Catalina de Austria, preparó una gran fiesta en su casón Toledano, hasta el que se acercaron muchos nobles de la ciudad de Toledo a pasar una velada divertida. Uno de los nobles invitados, y protagonista de la leyenda fue Don Sancho de Córdoba, consejero de finanzas del rey.
Don Sancho, en mitad de la cena, pudo comprobar como una dama, vestida de blanco y una belleza mágica, se movía entre los asistentes sin levantar ninguna mirada de estos atraídos por dicha belleza, salvo la suya. Parecía que, al deslizarse, florara.
Terminada la cena, en los jardines iba a dar comienzo un baile, ocasión que tuvo don Sancho para pedirla que bailara con él. Ella asintió con la cabeza, pero en ningún momento salió palabra alguna de su boca.
El toque de ánimas de la catedral sonó en toda la ciudad y la dama, apresurada, insistió en que debía irse. Don Sancho, como buen caballero, se ofreció a acompañarla hasta su casa, pues la noche era fría y una dama solitaria por esas calles y a esas horas podía estar en peligro. Ella se negó, insistió en que sus pajes la aguardaban a la salida. Pero Don Sancho hizo todo lo posible para que, al menos, se llevara su capa.
La dama aceptó de buen agrado el gesto de don Sancho y le dijo que, para recuperar su capa, fuera al día siguiente, al callejón de los Aljibes, al palacio de los Condes de Orsino. Al despedirse, pudo comprobar que su mirada parecía no tener brillo y que su piel estaba más fría que la noche.
A la mañana siguiente don Sancho, dispuesto a recoger su capa, se dirigió al palacio. Llamó a la puerta y un sirviente de la casa abrió el enorme portón. Le dijo que venía a recoger la capa que la noche anterior había dejado a la joven dama que ahí vivía. Tras la descripción de la misma, el anciano sirviente le dijo que ahí no vivía ninguna dama y que la dama que estaba describiendo había muerto hacía ya varios años.
Cuando ya se disponía a salir de la casa, pensando que la noche anterior le habían engañado, pudo fijarse en el cuadro de una bella dama que tenían en el zaguán de la casa. Era la misma dama que la noche anterior, la dama a la que prestó su capa. Volvió a insistir en que era la misma dama que la noche anterior, ofendiendo al anciano y a la familia que residía.
Salió de la casa extrañado y sin entender nada. ¿Quién fue, entonces, la dama a la que prestó su capa la noche anterior?
A la mañana siguiente, mientras don Sancho se encontraba en su casa aquejándose de una dolencia extraña y teniendo constantes sudores, alguien llamó a la puerta. Al abrir, era el sirviente anciano de la noche anterior, de la casa de los Condes de Orsino. Traía su capa en la mano y, al tiempo que se la entregaba, le dijo: “la encontré esta mañana, en el Camposanto, encima de la tumba de la condesita de Orsino”.
09. La muerte del templario
Todo viajero que se acerca a la ciudad de Toledo desde la zona de Madrid, podrá ver el majestuoso castillo de san Servando que se alza en una colina cercana al puente de Alcántara. Fortaleza templaria que, hoy en día, funciona como albergue juvenil. Aquí vamos a ubicar otra leyenda de misterio y terror.
Cuentan que, en una noche fría, parte de los templarios que habitaban el castillo estaban vigilando los muros y puertas de la fortaleza. Uno de los guardianes era Nuño Alvear, templario con mala fama en la ciudad de Toledo por las atrocidades que había cometido no sólo entre sus compañeros sino también entre el resto de vecinos.
Viendo que era altas horas de la noche, decidió retirarse a descansar un rato, al salón, al calor de la chimenea. Se estaba quedando casi dormido cuando unos golpes en la puerta principal del castillo asustaron a la guardia y le desvelaron. Bajó corriendo a ver de qué se trataba, a ver si era algún peregrino que buscaba resguardarse de esa noche fría.
Cuando bajó hacia la puerta, un Templario ya la había abierto y puedo comprobar que se trataba de una mujer mayor, vestida de negro, cubierta con un pañuelo del mismo color. Al quedarse solo con Nuño le dijo que si no la recordaba. Nuño no entendía a qué se refería. Ella se presentó como la Muerte, que había venido a por él por todo lo malo que había hecho. Y si no recordaba nada de sus fechorías, sólo tenía que mirar al fuego de la chimenea donde, entre las llamas, empezaron a mostrarse imágenes de sus muchas fechorías, como por arte de una magia oscura.
A la mañana siguiente se encontraron el cuerpo de Nuño Alvear tirado en el suelo frente la chimenea, muerto.
Se cuenta que, desde ese día, el espíritu de Nuño Alvear sigue vagando por el que fuera su castillo, clamando venganza por esa visita inesperada que se presentó en el castillo.
10. La noche toledana
Terminamos con una de las leyendas más famosas de la ciudad y que ha dado lugar a la frase que muchos pronunciamos en todas partes: “¡Vaya noche toledana que he pasado!”, frase que usamos cuando, sobre todo, no hemos pasado una buena noche, nos ha costado conciliar el sueño por algún motivo…
En el paseo de San Cristóbal, lugar privilegiado con la judería a sus pies, encontramos esta leyenda que debes conocer si te acercas a la ciudad.
En la ciudad, en el año 190 de la hégira, Jusuf-ben-Amru, déspota y cruel con todos los toledanos, múltiples fechorías cometía amparándose en su poder: raptaba doncellas, y daba muerte a todo aquél que se oponía a sus terribles métodos. Todos habitantes de la ciudad estaban descontentos por la forma de gobernar que estaba llevando a cabo.
Una noche, una revuelta popular, decidió acabar con este amargo regente. Un grupo de personas se colaron al interior de la alcazaba donde se encontraba y acabaron con la vida de Jusuf, poniendo fin a las atrocidades que estaba llevando a cabo.
Pero cuando todos pensaban que el problema había terminado, el gobernador que vino a la ciudad para ocupar el puesto dejado por Jusuf fue su padre. Todos los toledanos empezaron a temblar de miedo, pensando que lo primero que haría sería vengar la muerte de su hijo. Aunque, para su sorpresa, intentó llevar un gobierno tranquilo, dando a entender que había olvidado lo que hicieron con su hijo y que quería que hubiera paz en la ciudad.
Al cabo del tiempo, parece ser, que los que le rodeaban en su alcazaba le empezaron a envenenar sus pensamientos, a hacerle ver que tenía que vengar la muerte de su hijo, del que todos los toledanos se habían reído que tan cruelmente cuando acabaron con su vida.
Asi que, aprovechando que el hijo del Califa Albderramán III iba a pasar por Toledo al dirigirse a Zaragoza, decide celebrar una cena e invitar a muchos nobles de la ciudad de Toledo. El problema fue que, llegada esa noche, cuando los nobles se acercaron al palacete con sus mejores galas y, pensando que iban a llenarse el estómago con buena comida, al atravesar unos amplios cortinajes que daban acceso al patio donde iba a tener lugar la cena, unos cuchillos afilados les iban cortando la cabeza, que fueron colgadas en lo más alto del palacio para que, al verlas ahí, el resto de la ciudad tuviera un importante escarmiento por la dolorosa muerte de su hijo.
Esa noche nadie pegó ojo, temiendo que sus puertas fueran abiertas para continuar pasando a cuchillo al resto de la ciudad como justa venganza por lo que hicieron con su hijo. De ahí la famosa frase que todos usamos.